jueves, 31 de marzo de 2011

Mariana vive en Buenos Aires, en un departameto chiquito de la calle Charcas que no tiene agua caliente. Mariana tiene una larga cabellera negra, de un negro rojizo, mide 1m 67 cm, piel blanca con pecas, y ojos a veces verdosos, a veces más azulados, a veces un híbrido. Es delgada, de piernas largas y flacas, pero algo musculosas. Sus brazos también son delgados y sus hombros exhiben una agrupación de pecas que se ven a la distancia como una mancha difusa. A Mariana no le gusta usar camisas ni poleras con cuellos grandes, tampoco collares ni nada que atraiga la atención a ese sector porque se siente algo avergonzada de su papada. Tampoco suele vestir remeras muy cortas ni muy apretadas por el gran tamaño de su zona abdominal. Sin embargo le gustan las minifaldas que hacen lucir sus piernas, sus finas pantorrillas lisas por el paso cotidiano de la prestobarba, suaves y enriquecidas con las mejores cremas hidratantes de la sección de perfumería del supermercado chino de la vuelta. Mariana tiene un novio llamado Mario, un hombre alto y calvo, de unos 34 años, 7 años mayor que ella, que trabaja dando clases en un taller de teatro del barrio de San Telmo. Ambos se conocieron cuando ella fue a consultar por unas clases con otro profesor y él la atendió en la consulta. Las clases de teatro nunca existieron y Mariana no hizo más que consultar aquello aquella tarde, pero logró que Mario la atendiera dos semanas después y que lo sigiera haciendo hasta el día de la fecha. Mariana y Mario se llevan bien, pero no tienen lo que se llama química: ella nunca se había sentido atraída por un pelado, y para su pesar, el enamoramiento del principio nunca había llegado a consolidarse en amor. Fueron cuatro meses de vivir en una nebulosa, cuatro meses de excitación, sorprendentemente desconectados de su presente. Una tarde mientras miraban "Todos dicen te quiero", Mariana tuvo ganas de hacer algo: así repentinamente puso pausa a los 40 minutos de película y echó a Mario de su departamento, pidiéndole que nunca más volviera, que el resto de sus cosas (dos o tres camisas viejas, una sunga y el cepillo de diente) las recibiría en la casa de su madre, donde vivía antes de estar con ella. A su partida Mariana se tomó dos J&B con hielo y fumó un cigarrillo de marihuana. Se durmió escuchando Bach y al otro día faltó al trabajo. Después de aquella noche Mariana volvió a respirar. Más allá de lo que demostrara este acontecimiento pequeño. quizás insignificante, intuía que no estaba sola, alguien al otro lado de la puerta, alguna puerta de algún edificio, o casa, o barco, o trailer, en algún lugar del país, o del planeta, la aguardaba. Y ella, aguardó...


2 comentarios:

  1. me gustó ire
    beso, cal
    a ver cuando me visitás en mi departamentito de uriburu
    no hay pelados ni jb
    pero si una mariana aguardando

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  2. :) me encantaría, quiero conocer el depto y a mariana, y el pelador de nuces con radio... o algo asi...

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