viernes, 27 de abril de 2012

Un signo-móvil


Para mi Dios siempre fue una figura que colgaba del techo cuando tenía 3 años, un móvil que mis papas habían puesto encima de mi cuna, a la que luego reemplazó una cama. Y siempre que mis tías abuelas y mi abuela me decían que le pida a Dios, yo pensaba en ese hombrecito y le rezaba. Lo pensaba y reconstruía su figura para concentrarme en el pedido, como si eso fuera a aumentar su intensidad o las probabilidades de que me fuera concedido. Lo materialicé así hasta el día de hoy, con esa cara de payaso, opaco, color naranja, negro, rojo, con un sombrero. Y cuando hoy en la ducha llorando le pedí a Dios que me ayude a estar mejor, pensé en esa figura y me reconforté. No me considero creyente, no soy católica en la práctica, ignoro los protocolos del cristianismo, nunca respete las tradiciones (las pocas que conozco) ni siquiera me identifico con los que, como yo, sólo le piden a Dios en situaciones desesperantes. Supongo que, ignorando mi bautismo, nada me une con la iglesia. Sin embargo estoy segura de que todos los que alguna vez lo invocamos, lo hemos materializado de alguna manera, y me intriga saber cómo lo piensa el resto de la gente.
Y creo que estoy un poco fóbica a la exposición, que elijo llamar exhibicionismo por comodidad nominal. Aunque es un problema que se encastra en otro problema mayor y es el miedo a la expresión, que se encastra en otro problema endémico que es la confianza dañada, residuo de la concepción original y del cristianismo (ya tema recurrente), engendro de la culpa cristiana. Y no escribo mucho pero no porque no tenga tiempo, ni porque se cuelgue internet, ni porque no sepa qué escribir. Los materiales perdieron la guía y se extraviaron en mi vaso de agua interior, nada más incongruente con el nombre de este blog.