martes, 19 de abril de 2011

DUCHA

La mujer había llegado con el tiempo justo para darse una ducha. Se sacó la ropa y corrió tiritando hacia el baño, en seguida giró la perilla 'caliente'. La fuerza del agua golpeó en el suelo de la bañera, la habitación comenzó a llenarse de vapor. Con una mano sintió la temperatura del agua, luego introdujo de a poco su cuerpo hasta quedar completamente dentro. El vapor había empañado los azulejos, el agua estaba a temperatura ideal. La mujer se relajó y estiró el cuello, se enjabonó los hombros, tomó una bocanada de aire y la soltó, aflojándose. El agua de la ducha le masajeaba las cervicales, era lo que necesitaba para recuperarse antes de la próxima sesión. Comenzó a sentirse adormilada y aún más cansada que antes. Se recostó en la bañera con la cabeza apoyada, sintiendo cómo las gotitas caían sobre sus muslos en forma de lluvia. Trató de tomar aire entre el vapor pero no la encontró, no había oxígeno en aquella habitación. Inhaló desesperada y exhaló unas cuantas veces, sentía cómo las gotitas pasaban por su garganta, entraban en sus pulmones y volvían a salir. Quería respirar. Trató de levantarse para cerrar la perilla pero el sueño la vencía, quiso abrir una ventana pero no lograba pararse. El cuerpo no le respondía, quería gritar pero también quería dormir. Quería salir de la bañera pero sus ojos comenzaban a cerrarse. Y sus ojo se cerraron... Las gotitas caían sobre sus muslos en forma de lluvia. No había oxígeno en aquella habitación.

lunes, 4 de abril de 2011

Los hombres de la multitud


n mudo se inclinó sobre el mostrador de la oficina de cobranzas, del otro lado un empleado le tendió la mano para saludarlo, luego la retiró y colocó la palma hacia arriba. Se miraron. El mudo oyó el hormigueo de la gente en el segundo piso, alargó también su mano hacia el empleado devolviéndole el saludo, luego buscó a tientas un sobre en el bolsillo. Volvieron a mirarse. El empleado apretó la otra mano en el borde del mostrador, apretó también los dientes y dominó su jadeo. La gente corría, llegaba corriendo de todas partes, se abrian los ascensores colmados de personas, por las escaleras bajaban centenares a toda velocidad. Desde la enorme puerta de entrada iban llegando en filas, cientos y cientos de hombres y mujeres, siempre coriendo, como escapando de algo inexistente o invisible. La multitud se había reunido rápidamente en el hall del Banco, sus miles de miradas apuntaban todas en dirección a la oficina de cobranzas. Ni el mudo ni el empleado sabían de donde podría haber salido tanta gente. Todas las caras y miradas se agrupaban en el mismo lugar, apuntando hacia unas únicas dos personas. Podían olerles los cuerpos, los alientos, los olores mezclados de mucha gente que aspira y respira el aire que otros hombres necesitan para vivir. Los dos hombres se acurrucaron a ambos lados del mostrador. El empleado tragó saliva, le sangraba la nariz. El mudo guardó silencio. El reloj de la oficina dio las doce. Las luces empezaron a parpadear hasta apagarse. En la más absorbente oscuridad, el empleado y el mudo tuvieron miedo. La multitud abrió la boca.