jueves, 10 de enero de 2013

Pasamos la noche como huéspedes de Nuestro Señor Jesucristo, o Cristo Rey, como se hacía llamar. Era un hombre parecido a papá pero más gordo y con barba, en batín morado de terciopelo y pantuflas de nácar negro.
Era un castillo bastante convencional; es decir, funcionaba al modo convencional pero era raro por sus características físicas. Los cuartos que nos asignaron eran verdaderas cápsulas. Desde mi camita yo podía tocar con las manos las cuatro paredes, el techo y el piso. Me gustaba pero también tenía algo de sofocante.
Notamos que recibían pocos visitantes. Quizás éramos los primeros en siglos. Y quiso la casualidad que llegáramos en un momento de cambio y reforma, que tenía un poco revolucionado al personal papal y al dueño de casa. En efecto, la atmósfera de eternidad, cultivada con delicadas pretensiones de ritual, estaba a punto de quebrarse, porque Cristo se proponía electrificar su morada. No parecía tener una idea muy clara de ese, ni de ningún otro, adelanto de la civilización, y disimulaba su ignorancia con metáforas:
- El Hada Electricidad vendrá a vivir con nosotros...

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