martes, 17 de noviembre de 2009

Y después Bobby Fischer desapareció. Sin más






Nada de lo que le ha ocurrido al Gran Maestro podría entenderse sin dar marcha atrás en el tiempo, hasta un día de mayo de 1949 en que recibió como regalo un tablero de ajedrez en su Chicago natal. La obsesión del pequeño Bobby por descifrar aquel juego le llevó a incomunicarse del mundo, y su madre, preocupada por su carácter antisocial, puso un anuncio en el diario local Brooklyn Eagle preguntando por niños de su edad que tuvieran la misma afición.

La «partida del siglo», como sigue siendo conocido el duelo Fischer-Spassky, enfrentó al todavía muy joven estadounidense de 29 años y al campeón del mundo y entonces líder de una generación de estrellas del ajedrez entrenados a conciencia por el régimen soviético. El encuentro fue un episodio más de la Guerra Fría en el que los rusos denunciaron que los americanos habían instalado aparatos electromagnéticos en la sala para desorientar a su jugador y el pueblo estadounidense, desde el presidente Nixon a los millones de americanos que no habían jugado jamás al ajedrez, se olvidó por un momento del béisbol para apoyar a su genio.

El dinero le sobraba, pero lo despreciaba. Una vez se hubo retirado en el mejor momento de su carrera, el vacío dejado por el ajedrez lo ocuparon las lecturas sobre conspiraciones y teorías racistas que, como libros de caballería quijotescos, fueron agravando sus fantasías.

Dicen quienes lo conocen que el Gran Maestro del ajedrez, que el próximo marzo cumpliría 62 años, ha sido traicionado por su propia mente. Su caso recuerda al del matemático y esquizofrénico John Nash, nobel de Economía, cuya vida está también marcada por una mente que nunca llegó a controlar del todo. Fisher, prófugo de la justicia estadounidense, olvidado y neurótico, vivió exiliado entre Tokio y Manila, donde se casó con una filipina 40 años menor y tuvo una hija. Casi todos sus amigos le han abandonado y en el mundo del ajedrez crece la opinión de quienes creen que ha perdido el juicio.

El ajedrecista filipino Eugene Torre es una de las pocas personas que mantienen contacto con Fischer, de quien dice que es un hombre incomprendido. «Es honrado y honesto, un pedazo de ser humano».¿Loco? «Es un hombre de principios, lo sé porque le conozco desde hace muchos años. Está perfectamente cuerdo, pero sus opiniones son polémicas y hacen que la gente crea que está desequilibrado. Le han hecho mucho daño», dice Torre, que asegura no saber dónde se encuentra Fischer ahora mismo.

Falleció el jueves 18 de enero de 2008 a los 64 años, (tantos años como casillas tiene el tablero de ajedrez) en Reikjavik (Islandia) a causa de una enfermedad renal.

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