domingo, 27 de mayo de 2012

La gente de Bruges


J.B.
Era, desde chico, una criatura de gran imaginación, y como dentro de él había gran apetito intelectual, se volvió con todo su corazón hacia Dios. Cuando la guerra le arrebató a sus hermanos, vio en ello la mano de Dios. Cuando su padre enfermó y no pudo cuidar de la granja, vio también allí un signo del Señor. Se hizo avaro y no se conformó con ser el dueño de la granja, también quería ser el elegido de Dios. Era pequeño y muy delgado; vestía una larga y estrecha levita negra y se anudaba al cuello una chalina también negra.

L.H
Desde muy chica solían darle arrebatos de genio: a veces se volvía pensativa y hablaba entre dientes o se le llenaban los ojos de lágrimas; otras, perjuraba y vociferaba iracunda, luego se apoderaba de un cuchillo de cocina y amenazaba con matar a su marido. En una ocasión prendió fuego deliberadamente la casa, y muchas veces se recluía días enteros en su habitación, si querer ver a nadie. En Bruges se decía que tomaba estupefacientes y se emborrachaba tan a menudo que no había manera de disimular su estado.

J.W
Era de pequeña estatura y no se parecía, en carácter, a ninguna otra persona de la ciudad. Se asemejaba a un minúsculo volcán: a menudo permanecía dormido días y días y luego de repente vomitaba fuego, le daban ataques e inspiraba miedo a sus conciudadanos. Lo acosaban las ideas: cuando lo sobrevenía alguna, su personalidad adquiría contornos gigantescos. Atropellaba a las personas con quien hablaba, las barría a un lado, lo barría todo en su camino, todo lo que caía dentro del círculo de su voz.

A.H
Tenía veintisiete años, era una chica alta y más bien delgada, su cabeza voluminosa era lo que más se destacaba de su cuerpo. Era una mujer muy tranquila que ocultaba, bajo apariencias de placidez, un fermento interior en continua actividad.

E.R
Vivía como un tipo atareado entre las creaciones de su cerebro. Era también un perfecto egoísta, como los niños. No quería tener amigos por la misma razón que no suelen querer tenerlos los niños. Prefería los seres creados por su imaginación, seres a los que podía arengar y reñir según su humor, seres que se modelaban a sus caprichos. Entre esos seres se sentía seguro de sí mismo y era audaz.

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