lunes, 19 de septiembre de 2011

"En los amaneceres yo era una más de esas figuras perdidas en un paisaje que regresaba a la vida muerta del trabajo. La aventura comenzaba, con las mismas incertidumbres que había sentido el gazapo ante los laberintos. Manadas de árboles emergían aullando del barro. Los madrugadores se afantasmaban, todos en silencio, como si el lenguaje no se hubiera inventado todavía, ateridos, mojados. Los espacios de espera se parecían al campo, donde no se usa paraguas. El clima estaba de paso en el mundo, lo mismo que las especies, y correr para escapar de la lluvia no era una solución. Los colectivos soplaban por un cuerno detrás del horizonte: un llamado de atención. Salían de la niebla, o de la noche, con sus colores y sus números. El vacío gelatinoso del que emergían no había terminado de darles su forma definitiva, venían inventando los cambios, la bocina, la frenada. Pero ya venían llenos: siempre había una humanidad previa de pobres, retrocediendo al infinito hasta el comienzo del mundo."




César Aira, Yo era una mujer casada, Cap II.

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