miércoles, 4 de noviembre de 2009

Un cuento casi completo

Siempre he disfrutado de las conversaciones, ya sea formando o no parte me ha intrigado el ritmo que tienen ciertas personas para combinar fonemas e ideas. Me considero una gran conversadora, mas conmigo misma que con otros. Se entenderá con ésto lo que me duele la indiferencia. Ya me he encontrado en reiteradas oportunidades monologando acerca de temas, los cuales declaro, rotundamente y sin alegatos, que no me interesan. A lo mejor me hubiera gustado ser otra narración, pero no habré de preocuparme pues cualquier inconveniente que surja con los personajes, los pondré a llorar. Ésta noche, mientras soporto la intrusión de un murciélago negro y peludo que revolotea sobre mis ideas, me propongo contar la historia de mi existencia. Que la escuche quien tenga ganas. Aunque probablemente no la escuche nadie.

Padezco de 3 nombres. Me llamo Bill, George y Sue, y quizás ésto otorga algo de ambiguo a mi personalidad, aunque todavía no se bien por qué. A lo mejor se lo deba a un conocido tema de Johnny Cash, pero no nos adelantemos a los hechos, todo se irá ordenando en el curso de la narración, y si las limitaciones de espacio no me permiten explayarme, lo continuaré en otra ocasión.

Mis padres murieron siendo yo apenas un bebé, y no me dejaron más que aquellos 3 nombres. A falta de hermanos mayores o algún otro pariente cercano, fui criada por una tía abuela soltera que vivía en una granja. Viví con ella hasta mi muerte. Ignoro el nombre de mi asesino. Según un compañero a quien acoso con frecuencia, el Diccionario de la Real Academia, se trata de una entidad biológica potencialmente patógena, cuya condición de vida todavía es tema de debate entre los que saben. Mi pobre cuerpo estaba enfermo de cáncer, hecho más desgraciado para mi tía que para mi. Recuerdo los gritos que daba en las duras noches de agonía. Cáncer de pulmón, fumaba como doce fábricas del primer mundo. Igualmente el cáncer no fue el motivo de mi muerte. Desgraciadamente era tuberculosa, y eso es algo algo más complicado, sobre todo para mi tía, que tenía que cuidarse mucho de no ser afectada por los esputos ensangrentados que largaba en momentos de tos profunda y carraspera. Por suerte una vértebra dislocada aumentaba mis motivos de lamento, dejando de lado la ceguera y los dolores de estómago recurrentes. Pero ahora estoy mejor, muerta y enterrada. La sífilis acabó conmigo. Me encontraron seca en una reposera, con la mirada apuntando hacia las nubes, y quemaduras de tercer grado repartidas entre la cara y los brazos. Y después vinieron los preparativos para el velorio y un montón de otras tías que lloraban pero cuyos nombres e historias hoy no vienen al caso. No puedo decir que no viví plenamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario